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TEXTOS


TERESA DEL CONDE.

JUAN SORIANO EN PERSPECTIVA.

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Creo que no hay evolución en un artista, ¿te acuerdas del caso de Pessôa, el poeta portugués? Escribe firmando los poemas de tres maneras diferentes porque en él hay tres estilos diferentes. Hay varios artistas que deliberadamente firman sus obras con nombres distintos y en el arte figurativo hay varias gramáticas, como podrían ser el inglés, el francés y el portugués. Así como el cubismo fue una gramática corta, así también yo me pongo limitaciones para ver que podría yo sacar a través de ellas. Son juegos del espíritu, pero lo fundamental de la personalidad esta allí y se expresa con una gramática o con otra.

Cuándo fui a Roma por primera vez ¿Sabes que sentí?, sentí que volvía a Guadalajara, donde no había regresado por mucho tiempo desde que me vine a México. Lo que más recuerdo es la Piazza Navona. El olor, el color, todo lo que me rodeaba, el calor. Era como si hubiera regresado a Guadalajara, pero después me di cuenta de que había grandes diferencias. Todo lo que en Italia era barroco a mí me parecía neoclásico porque el barroco mexicano es mucho más rico y complicado: es churriguera. Las imágenes que yo traía de aquí se volvieron más claras, se aguzaron. Siempre que cambias de lugar o de país, sucede que todo lo que has vivido antes se reconcentra y huele más fuerte y además siempre hay la nostalgia de que eso ya se vivió. “Mejor no regresar al pueblo”, como decía López Velarde, y mejor no regresar, porque uno y a ha crecido, tiene otro tamaño, y todo aquello ya no se puede vivir de la misma manera, se vive como una compañía melancólica: vuelven tus amoríos, tus fracasos, tus neurosis, tus placeres, pero ya pasaron, no pueden ser revividos. Además Europa no es para nosotros algo extraño, es como encontrar parientes cercanos muy fuertes. Las plazas de Roma, las fuentes, las calles, te hablan de algo que conoces, quizá por intuición o por herencia, desde toda la vida. Lo que oyes de niño: que el Papa te excomulga que los Colonna, que los Orsini y cosas aún más tempranas; casi me desmayo cuando vi a Marco Aurelio en su caballo, porque pensaba en la estatua de Carlos IV Antes no había sentido el placer de gozar con la belleza de la arquitectura, que allí marca un espacio emotivo y maravilloso. Me enfrenté con puras cosas que son importantísimas para nuestra forma de ser espiritual, como leer un poco de Dante, y a Ariosto, en la lengua original. Tanta cosa que leí mal, en traducciones a veces pésimas y que al fin pude leer en el original. Creo que el español siempre tuvo un diálogo cerrado con la poesía y la literatura de Italia, acordémonos de Cervantes y de Garcilaso. En Italia todo está lleno de Carlos V y de Felipe II, de los hermanos Valdés que casi reformaron la Iglesia queriendo hacer lo que al fin y al cabo hizo Lutero. Así que ir a Italia fue encontrar un pedazo del alma que yo había parido. Todo usado por el tiempo, las piedras, las esculturas, los templos, todo lleno de una patina humana y calurosa. Allí esta el aura de tantas generaciones que han vivido en esos patios, en esas casas. ¡Y ver gente de físico diferente al nuestro! Me acuerdo que al dar la mano, al saludar, sentía que mis manos iban a ser destrozadas. Es una raza de mezclas muy diferentes, pero diferentes a nuestra mezcla. Además, yo fui muy feliz de haber ido a Italia cuando tenía mas de treinta años. Ya tenia cierta preparación que me posibilitaba entender muchas cosas. Me emocioné estar en el lugar donde estuvieron Velázquez. Poussin, tantos otros... y sentí la misma devoción por el pasado que ellos tuvieron; no se trata de una devoción muerta; es un no querer dejar lo que se ha conquistador sino retomarlo, que reviva y dé nuevos hijos, nuevas formas. Me deslumbraba con la variedad enorme de ciudades en las que han quedado monumentos de diferentes épocas: Siena, Florencia, Agrigento, y los pequeños pueblos que son maravillosos con los postigos de las ventanas cerradas a mediodía, y la plaza desierta.

Tienes razón en interesarte por las puertas y ventanas, en realidad a mí me han impresionado desde toda la vida. Pues mira, en Guadalajara las ventanas tenían muchísima importancia. Era distinto estar afuera o adentro del balcón porque los novios estaban afuera y ellas adentro. La ventana constituía algo así como el sitio privilegiado para hablar. Ella podía hablar con él, pero se encontraba dentro de su casa. Todas las puertas en Guadalajara tenían después una reja y de allí se entraba al patio. Era un estar dentro y fuera continuo. Adentro es algo que en cierta forma te está vedado: la intimidad o el salir de la intimidad. Pero la ventana, la puerta, tienen dos lados. Si posas por la calle y ves una ventana, el significado que tiene es uno, y otro muy distinto si la vez desde el interior de la habitación. Por ejemplo, los burdeles en Italia tienen todas las ventanas cerradas: ¿no quiere decir eso que la ventana determina campos, espacios, un estar y no estar completamente adentro o completamente afuera? Algo semejante ocurre con el marco del cuadro. En la pintura este subterfugio que -como tu dices- es recurso manierístico, toma otras dimensiones porque te obliga a separar, a deslindar una situación pictórica. También es cierto que al hablar de puertas y ventanas sigue persistiendo en mí la idea de muerte, parque la puerta y la ventana están guardando eso, eso que es el muerto, pero para mí no hay tal. Es la tradición que esta allí encerrada, como en una caja fuerte... Hay que olvidar al muerto como persona, pero hay que recordar sus obras, sobre todo si quedaron escritas o expresadas en documentas, pinturas, arquitectura, todo lo que hace el hombre.

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Juan Soriano | 2004