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TEXTOS


SERGIO PITOL.
MOVILIDAD Y PERMANENCIA.

Recordar ciertos cuadros de Juan Soriano, algunos momentos de su trato, trozos de conversación, equivale a evocar una lección dictada con absoluta soltura y desconcertante información, donde el discípulo recoge los elementos necesarios para aprender a ver pintura y descubrir algunas posibles relaciones entre la visión de un artista sobre su trabajo, sobre el mundo que cotidianamente lo rodea, así como también sobre el otro, menos palpable, el de las ideas, las grandes intuiciones, los mitos, los despojos y presagios de la historia, porque Juan Soriano es, además de un gran artista, un maestro de moral. Cuando habla de sus cuadros, de sus amigos, de sus viajes y admiraciones, acaba siempre por aparecer, como una fuerte presencia, la libertad que rige y determina su vida. Proclama y defiende la libertad con la vehemencia del más enconado carbonario, pero también, si el oxímoron es permitido, con la tenaz pasión de un hombre de la Contrarreforma.

Si en el diálogo con los demás la libertad suele envolverse en una tenue neblina doctrinaria, en su pintura, en cambio, se vuelve una evidencia intensa, pura, permanente: libertad en acción, desprovista de cualquier mensaje. Soriano no ha formado jamás parte de sectas, partidos ni escuelas. Su pintura es la expresión de un mundo enteramente individual, de una cultura personal, de una manera propia de transformar sus percepciones en imágenes visuales. Desde los cuadros adolescentes hasta los realizados hoy día, su lenguaje plástico se mantiene a distancia del que rige el resto de la pintura mexicana. En señal de obediencia a sus intuiciones más intimas, su creación ha cambiado de signo en varias ocasiones. Cuando la emoción que alimentó el estilo de alguna de sus etapas formales se debilitaba, él no se obstinó en una permanencia forzada que aprovechara el impulso previamente adquirido ni las excelencias alcanzadas en un periodo a punto de agotarse, sino que decidió alejarse, cambiar de rumbo, explorar nuevos espacios, dejándose llevar por el nuevo fluido descubierto en esos momentos. <<Movilidad y permanencia>> son, según Octavio Paz, dos características que definen su obra. En 1954, el mismo Paz comenta: <<Ha descubierto el viejo secreto de la metamorfosis y se ha reconquistado.>>

Cada periodo de Soriano esta regido por una poética diferente. Sin embargo, al pensar en el conjunto de esta obra que lleva más de cincuenta años de producirse, uno advierte que las diferencias se debilitan y que algunas formas que temporalmente parecían contradecirse o aun combatirse, se integran de manera extraña en un todo unitario. Unas y otras se funden en un final armónico donde las nupcias del cielo con el mar se celebran en una secuencia interminable, los recintos cerrados se abren con entera libertad a la naturaleza, y la tradición realiza un encuentro triunfal con las visiones contemporáneas. Tal vez eso sea posible porque Juan Soriano se ha enfrentado siempre al mundo con la mirada de un niño sorprendido. Un niño que podrá sentirse desencantado, alucinado o conmovido, pero en el cual la capacidad de sorpresa es siempre inalterable. De ahí, me parece, surge el aspecto auroral de su pintura. Juan García Ponce ha escrito: <<Lo que permanece en su pintura es la sorpresa, aunque esta tome formas diferentes.>>

Su firme voluntad, presente en cualquier circunstancia, de no formar parte de ninguna escuela le permite, entre otros logros, mantener una perfecta naturalidad ante la tradición y también ante el mundo de formas creado por la modernidad. Desde la adolescencia, su registro visual ha sido muy amplio y él lo ha enriquecido más tarde con el estudio, las lecturas, las distintas peregrinaciones a las fuentes del Renacimiento, el arte clásico, el barroco, el micénico, el prehispánico y otros más, lo que le permitió incorporar a su obra todo aquello que ha sentido como necesario y despojarla de cualquier adherencia vegetativa. Al hablar de incorporación no me refiero a la imitación mecánica de un estilo, sino al hecho de permitir que en su espíritu penetrara la sugestión de ciertas formas que más tarde él transformaría en materia absolutamente singular, suya por completo.

Cualquier elemento que Soriano integra a su obra tiene que <<componer>>, es decir contribuir a la creación de una estructura, desde las figuras centrales hasta el fondo del cuadro, que puede a veces ser una mera coloración de la tela. ¡Todo debe estar en todo! Una joya en el cuello o en la mano de una mujer, un gesto determinado, un mero rictus de la boca, la flor que unos dedos acarician, una serie de nudos en el tronco añoso de algún árbol, la línea donde el mar se encuentra con el cielo, un pájaro distraído que cruza el horizonte, tienen validez por si mismo y a la vez son engranajes dentro de esa compleja construcción que es el cuadro. El resultado absorbe esa joya, ese rictus, la flor, los nudos de aquel árbol, la línea que funde mar y cielo, ese pájaro en vuelo, los colores del fondo, para transformarse en un puñado de signos, en materia y transparencia, en la pintura intensa y refinada de uno de los más notables artistas mexicanos. <<El cuadro de Soriano>>, escribe Cardoza y Aragón, <<solo quiere ser cuadro, por sus propios méritos estrictos>>, 1993.
 
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Juan Soriano | 2004