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TEXTOS


GERARDO ESTRADA.
Director General del Instituto Nacional de Bellas Artes.


Celebramos con esta exposición, los ochenta años de vida de Juan Soriano. Si nos atenemos a sus biógrafos, estaremos hablando de una producción artística que se remonta a sesenta y seis años, pues su presentación en público ocurrió en 1934, en su natal Guadalajara.

Pero, en rigor, habremos de hablar de una creación, de un creador que vino a traernos algo que no teníamos, algo con lo que no contábamos y que nos ha hecho la vida más rica, más intensa.

Son formas y colores, pues Juan Soriano no se ha propuesto ofrecer otra cosa -para Rufino Tamayo merecería ocupar un lugar destacado dentro del nuevo movimiento que está reintegrando los valores plásticos a la pintura mexicana -, formas y colores inconfundibles, que desde entonces han sido parte de nuestro entorno, se han quedado en nosotros.

Decía el maestro Justino Fernández que sus retratos no tenían paralelo porque, al realizarlos, Juan Soriano abandonaba toda rutina e introducía en ellos elementos inesperados. Se podría extender esa singularidad a todos los géneros practicados por él. Cuando él compone es así un gran retrato, ciertamente, un retrato interior. A Elena Poniatowska le confiesa que hay que buscar continuamente dentro de uno mismo. Sólo una mirada interior es la que cuenta 

El espectador de siempre volverá a encontrarse en esta exposición con el artista también de siempre, con el poeta, con el hondo pintor de parábolas visuales , como lo llamara Luis Cardoza y Aragón. El público joven, el que lo conozca escasa y aun indirectamente, encontrará en su trabajo universo que justifica lo mucho que se ha escrito, y con tanto entusiasmo, sobre él.

Como se verá, se trata de un universo sin limite, sin tregua, siempre en transformación pero, siempre también, surgido de una misma fuente, obediente a una fuerza idéntica. Juan García Ponce lo pudo sinterizar en estas líneas:

En el más alto y difícil sentido del término, sus cuadros, sus esculturas, sus cerámicas son la expresión visible de una biografía que estuviera formada por inesperados accidentes que configuran toda biografía cuando el azar aparece todavía determinando la naturaleza incierta de su curso y el protagonista pareciese transformarse continuamente en ella, hasta el extremo de que cada nuevo movimiento invalida al anterior y el conjunto nada más hace evidente la verdad del cambio. En ella, sin embargo, es posible distinguir la continua persecución, desde los más diversos grados de intensidad, de un único fantasma interior nacido de las propias exigencias de la sensibilidad ente las limitaciones del mundo establecido por una serie de principios normativos. Ese fantasma, cuyas exigencias e imposiciones no tienen forma todavía, es precisamente el que se muestra a través del arte, alimentándolo. 

El nuevo público se acercará aquí a sus retratos y autorretratos, a sus niñas y niños, a sus ángeles, a sus naturalezas muertas, a sus ventanas, a sus jardines y paisajes, a sus criaturas mitológicas, a sus calaveras y esqueletos, a sus pájaros y toros. A su pintura, a su dibujo, a su cerámica y a su escultura. A Juan Soriano a través del tiempo y a Juan Soriano en el despliegue total de su portentosa facultad de crear, que incluyó la de recrearse a sí mismos como uno de los personajes esenciales de la cultura mexicana del siglo XX.

 
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Juan Soriano | 2004