CARLOS MONSIVÁIS
MÍNIMA CRÓNICA.
JUAN SORIANO EN SUS 70 AÑOS.
Uno de los aspectos más llamativos de la vida de Juan Soriano
es su condición primera, la de niño prodigio
el escuincle (siete u ocho años de edad) que recibe de Alfonso
Michel la frase profética: Tú serás
pintor ; el adolescente que llega a la capital y rápidamente
amista con la élite cultural, el autodidacta cuya universidad
particular es el trato ( el magisterio no por involuntario
menos profundo) de Octavio Paz, Elena Garro, Diego de Mesa, Alfonso
Reyes, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Lola
Álvarez Bravo, María Izquierdo, el joven cuya primera
exposición en México ya es tomada en serio.
SORIANO, ENFANT TERRIBLE.
Sin embargo, por encandiladora que sea su precocidad, Soriano
jamás la convierte en bandera; la asume porque es inevitable
pero, y ésta me parece una de las pruebas de su gran inteligencia,
se distancia con ironía de su excepcional adelantamiento
( A fuerza de leer y de conversar con personas cultas, pasé
de niño prodigio al rango de retrasado mental. Estaba lleno
de ideas confusas y delirantes, y pintaba con ojos turbios y desvelados ),
y aprovecha a fondo ese saltar etapas para integrar
las experiencias de otras generaciones y, gracias a tal perspectiva,
no dejarse sujetar por el impulso adquirido.
LA RELIGIÓN DEL ARTE.
Soriano se forma en la fase final del período donde, para
aceptar las atmósferas laicas, aún se requiere de
un tránsito devocional: la conversión literal al arte,
la experiencia única, singular, que distingue a la persona
en la sociedad. Ser artista es, según este criterio, vincular
todo lo que se vive con lo que se escribiría o se pintará,
saber que más allá del arte aguarda la nada: La
humanidad viviente está acompañada por las formas
que hicieron los hombres, las filosóficas, las verbales y
las virtuales. Si no hubiera esto seríamos nada, como changos,
para mí el arte es lo primero: el hombre en bruto es un artista
que se expresa, que imagina, sueña, hace formas .
Juan Soriano nace en Guadalajara, Jalisco, el 18 de agosto de
1920, en el seno de una familia de clase media, el quinto hijo y
el primero que es varón. En esos años Guadalajara
es el centro de preservación de una estética (llamada
por López Velarde la patria íntima), que rechaza
las innovaciones de la capital de la república y las juzga
heréticas, apegándose al pasado de colores, melodías,
formas arquitectónicas, cultura oral, refranes, sucedidos,
objetos. A la ciudad natal Soriano le atribuye la predisposición
creativa, y el esquema valorativo: Salí a los quince
años de Guadalajara... y -que cosa más rara y curiosa-:
siento que los pocos años que viví allá fueron
los más importantes los más definitivos y los que
constantemente me sirven de parámetro para medir la vida
y los demás lugares que he visitado .
Él, sin duda, evoca la ciudad de dimensiones manejables,
de majestuosidad resentida como sentimiento de orgullo casero ,
de las trece tías a disposición de cada provinciano
y que bordan juntas en un enorme bastidor de la plenitud de intimidad ,
que es la negación del progreso que ya arrasa
a la capital. Es la ciudad de Guadalajara del gusto popular recóndito,
de las sensibilidad que se declara amor a la tradición
de las casas como museos y bibliotecas, del arte sacro como celebración
de los sentidos.
A la religión del arte (a la jerarquización continua
de todo lo que se vive en función
de la forma), Soriano se adhiere casi desde el principio, y de seguro
sin percibirlo así. Él vive entre mujeres fabulosas
y en la soledad inventa juegos y perfila su orientación.
En un texto excelente, Diego de Mesa, su compañero de muchos
años, describe el encuentro de un niño con su vocación:
Pero el gran hallazgo está a dos pasos, al otro lado de
la calle que ha salido a limpiar del sácate recién
nacido entre las piedras con las primeras lluvias. En la casa de
enfrente y tras la reja, también de la ventana, ve de espaldas
a él, inclinando sobre una mesa a un hombre vestido de blanco
que sobre una cartulina blanca dibuja en blanco y negro las figuras
de Mutt y Jeff, copiándolas atentamente de la página
de monitos de un periódico.
Y el descubrimiento no son los monitos que conoce
y no le importan, sino la magia de copiarlos de agrandarlos, de
transformarlos y de trasladarlos al papel. La operación le
interesa y la observa sin pestañear. Regresa apresurado a
la casa y en la tapa de una caja de zapatos la única superficie
blanca que encuentra, porque tiene que ser blanca copia del periódico
las mismas figuras. Más lo sorprendente es que los copia
a color, que en el periódico no tienen. Y comienza un nuevo
juego que no se acabará nunca porque para jugar basta una
superficie blanca y una imagen que copiar.
A partir de ese momento lo copia todo: primero las ilustraciones
que encuentra, luego cosas, animales, pájaros, flores y por
último, personas. En Guadalajara, Soriano tiene dos maestros
formales o informales: Jesús Reyes Ferreira y Francisco Rodríguez
Caracalla , en cuyo estudio Evolución,
Soriano dibuja, prepara telas, mezcla colores. Soriano recapitula
a propósito de esta etapa:
Mi primer maestro, y no porque él quisiera enseñarme
nada, fue Jesús Reyes Ferreira. Su casa siempre me pareció
la casa de un brujo: un mundo mágico de esferas de cristal,
de manitas de marfil y de patitas de santo. Tenía libros
muy hermosos, colecciones de tallas en marfil, de piedras, de zapatos,
de todo lo inimaginable. Allí me encontré con reproducciones
de Giotto, de Piero de la Francesca y de Fra Angélico y supe
que existían Francia e Italia. Desde entonces empecé
a tener amor por todas las cosas del pasado. Chucho era un joven
anticuario que me dio mis primeras lecciones de belleza.
Con él nació mi entusiasmo por el arte popular mexicano.
Me llevó al museo y allí me di cuenta de que mis tías
no eran un hecho aislado y fenomenal: los retratistas del XIX perpetuaban
fisonomías, trajes y aspectos como los suyos. Chucho Reyes
siempre... me hacía ver las cosas reflejadas en sus esferas
de colores, el mundo de las esferas todo lo transformaba
y lo poetiza , decía. Y yo, de hecho, nunca me he salido
del mundo de las esferas.
SOBRE TU CAPITAL, CADA HORA VUELA...
De las ciudades al alcance del recién llegado a la capital,
Soriano elige por vocación y fatalmente la ciudad letrada,
donde caben y se expanden las revistas de mil ejemplares, las dos
o tres galerías precursoras (la más importante: la
de Arte Mexicano, dirigida Inés Amor), los escritores homosexuales
que guían con sus provocaciones a la sociedad emergente,
la amistad como fiesta interminable, el radicalismo de los muralistas,
la utilización táctica y erótica del nacionalismo
por la vanguardia, los cabarets que son los escenarios de la búsqueda
teológica de la degradación ( para
saber del mal, había que ser malísimo2) las reuniones
en donde naufraga alcohólicamente el simposio platónico.
Sobre todo Soriano se incorpora a la segunda fase del Renacimiento
Mexicano en el momento en que la rebeldía contra las
imposiciones del arte público, la información cultural
más amplia y el vigor de una estética de origen popular
y provinciano, desemboca en la suma de obras individuales o de hecho
de algún modo en la creación colectiva de un arte
distinto. En México, Soriano conoce a los pintores, los fotógrafos,
los arquitectos que al implantar la nueva sensibilidad construyen
el público (que será luego el mercado del arte). Entre
ellos María Izquierdo, Rufino Tamayo, Frida Kahlo, Agustín
Lazo, Jesús Guerrero Galván, Julio Castellanos, Antonio
Ruíz El Corcito , Manuel Rodríguez Lozano,
Olga Costa, Ricardo Martínez, José Chávez Morado,
Manuel y Lola Álvarez Bravo, Luis Barragán.
Esta atmósfera productiva, intensa, divertida, ciertamente
ligada a la idea del arte como religión, que distaba de ser
competitiva en el sentido actual, explica perfectamente una declaración
de Soriano: Siento que la obra que he hecho está ligada
con lo que he vivido; con mi vida cotidiana, con la gente con quien
tuve la suerte de vivir y no con la historia del arte . Esto
es muy cierto en un nivel porque en 1935 o aún en 1950, la
inexistencia de museos de escuelas artísticas importantes,
de publicaciones artísticas, de facilidades de viaje, traslada
el aprendizaje artístico a las oportunidades del trato y
de la experiencia compartida.
En esta primera etapa, Soriano pinta retratos y autoretratos,
niñas vivas y muertas (la infancia como representación
de lo primigenio sin comentarios morales ni invocación de
las ninfetas), grupos en donde se transfiguran las amistades y los
lenguajes cerrados ( la playa, Matanza de los Inocentes, San Jerónimo
llorando por los ángeles), y, sin, cesar alegorías
de la mitología helénica y la mitología bíblica
de las leyendas humanizadas, de las visiones de la inocencia como
nostalgia y olvido del arte religioso. Es sorprendente la calidad
técnica de Soriano, perfección realista y manierista.
Teresa del Conde halla en el Soriano de estos años ecos
de Rodríguez Lozano, de Guerrero Galván, coincidencias
con Agustín Lazo, con Julio Castellanos, algún dejo
de Federico Cantú, reminiscencias de los retablos populares
del siglo XIX. Pintura siempre legible y al mismo tiempo extrañamente
problemática .
DEL RETRATO COMO ANTICIPACIÓN Y DESENLACE.
Durante un largo período, retrata para la mayoría
de los pintores en México es hacerse de la clientela al alcance
(incluso los muralistas de ello obtienen sus mayores ingresos) y
es, cuando se puede, probar fuerzas ante la tradición. Casi
desde el principio Soriano se interesa en el retrato y el autoretrato.
Él, que se desentiende heroísmo y las simbologías
nacionales, halla en el retrato una zona de indagación psicológica
y despliegue formal donde, más que la sensualidad o la discreción
burguesa el reto social (que existen) priva el anhelo de la serenidad
clásica, cada quien convertido en su propio síntesis
armoniosa o melancólica. Un retrato para Soriano es un paisaje
autosuficiente, la escena o la escenografía (depende) donde
se aquietan o se posponen las tensiones. Recuérdense San
Jerónimo (1942), María Asúnsolo acostada (1941)
y los también excelentes de Rafael Solana, Xavier Villaurrutia,
Gabriel Orendain, Diego de Mesa, Elena Garro, Lola Álvarez
Bravo, Carmen Barreda, Ignacio y Sofía Bernal.
¿A quiénes retrata Soriano? A escritores, a dandies
de buena o mala reputación, a las amistades entrañables,
a la gente de sociedad, los modelos que emblematizan el deseo.
La mayoría de estos retratos ha acrecentado su vigencia
porque, evaporadas o borradas las identidades personales, lo que
permanece es muy distinto. Rafael Solana es un escritor y periodista
muy conocido, pero en el retrato sólo queda un joven soñador,
un esteta. María Asúnsolo fue una gran animadora cultural
y una musa imprescindible de los pintores de los años treinta,
pero en las admirables versiones de Soriano es la gran languidez
que aguarda. Gabriel Orendain, Arturo Pani y Rodolfo Segovia son
personajes marginales y centrales de la sociedad de una época;
hoy, en los retratos, son los gloriosos snobs, los desafios a la
norma congelados en el estilo. Y si uno lo ignora todo de los modelos,
queda lo que importa: el vigor pictórico.
En el retrato y en le autoretrato Soriano se abstiene por lo general
de idealización y malevolencias. Él se vé a
sí mismo, en sus distintas etapas, sin recelos y sin vanagloria.
Es, en sus cuadros, el joven esteta, el tímido, el desafiante,
el tema casi circunstancial, el ser inquisitivo, el aquietado en
su lejanía psicológica. Y en las alegorías
es el joven doliente que, sin embargo, contempla con humor su propio
duelo.
ROSTROS DE LUPE MARÍN.
¿Qué fue primero: la reiteración o la obsesión?
¿Qué fue primero: el tema o la forma? ¿Qué
fue primero: la idea previa o el acto de creación?. En 1961
y 1962, Juan Soriano se acerca obsesivamente y reiteradamente a
su modelo, Lupe Marín y declara sin ambages su admiración
hacia lo que ella fue y significó (es y significa), lo que
anticipa en cierto modo el triunfo del tema sobre la forma. También
Juan Soriano experimenta a fondo en cada uno de los retratos de
Lupe, y éste es su método para afirmar el predominio
de la forma sobre el tema.
Para Soriano, Lupe Marín es al mismo tiempo la compañía
divertida y el emblema de belleza y vitalidad. En diversas entrevistas,
y en su texto en el libro Retratos y Visiones, Soriano refiere sus
impresiones de Lupe Marín, el personaje que en la ciudad
de México, todavía reducida y moralista, encarnó
la rebeldía sin pretensiones ideológicas, la irreverencia
que es un nuevo sistema valorativo, la maledicencia como la vía
más corta al juicio casi siempre exacto. Soriano la recuerda
muy atrevida, muy tremenda, muy intransigente, muy guapa, muy majestuosa,
muy peleonera y sabe que así se conservó en el último
momento. En esos años Lupe expresión de la libertad
posible en un medio cerrado, hizo lo que le daba la gana, enfrentó(menospreciándolo)
al prejuicio dijo en voz alta su opinión sobre los demás,
vociferó bailó con Soriano en el Club Leda, quitándose
los zapatos y haciendo el show delante de todos. Y el homenaje que
Juan le rinde es a la vez delirante y racional:
Es la única mujer que he conocido capaz de se veraz siempre,
hasta cuando miente no ha tenido miedo de conocerse, de mostrarse.
El libre albedrío es su ley, su don es la belleza, la he
visto transformar su cólera en belleza. Es feroz, suntuosa,
original... Es una gran civilizadora. Donde ella esta, lo oculto
tiembla de miedo: adivina y señala.
Su boca nunca ha sentido asco de las palabras sucias. Al decirlas
resplandecen de oro. Obsesionante, en todo lo que veo la veo: en
la jarra, los brazos, el la chapa de la puerta, el rostro; en las
sombras de las hojas sobre el vidrio de la ventana, las manos.
Ver a Lupe Marín, Ver a través Lupe Marín.
Para Soriano la elección de su modelo nada tiene que ver
con el uso de una figura prestigiosa. Es la gran oportunidad de
representar plásticamente la vida como arte del escándalo
y la conversión de la persona en propuesta ética y
estética. Es la acción que despliega como alegoría
a la mujer concreta, y revela tras el mito la personalidad única.
El escándalo: haberse individualizado por la belleza y el
temperamento; la metamorfosis; la mujer como detentadora de la forma
que fluye. En la estrategia pictórica hay, sin decirlo porque
no hace falta, un reto, la medición de fuerzas a que cada
pintor se obliga en algún momento. Soriano está al
tanto de la significación de Lupe en el medio mexicano. Al
respecto, anota Octavio Paz:
No es un azar que Lupe Marín sea su modelo, real o imaginario.
Lupe pertenece a la realidad y a la mitología del México
contemporáneo. Diego Rivera la retrató muchas veces.
En sus grandes composiciones murales aparece como símbolo
de la tierra o el agua; y en óleos memorables el artista
nos dio varias imágenes de la persona real. Diego retrata
a Lupe como lo que es, lo único que es, esta persona única:
la mujer. Con una libertad mayor que Diego Rivera, con más
crueldad, pero también con más ternura, Soriano pinta
ahora a Lupe...
En muros o en cuadros de caballetes Diego Rivera ve en Lupe a
la fuerza de la naturaleza, el vigor genésico que sustenta
a seres y paisajes, la explosión estatuaria, la musa renacentista.
Es la mujer, pero también es la naturaleza , aquello que
está desde el principio, la engendradora de la serenidad
y la tempestad ( Te pareces al mundo en tu actitud de entrega, diría
Neruda) Soriano, inevitablemente, lo reconozca o no, al presentar
otra (múltiple) versión de Lupe, se confronta con
Rivera que suele proponer a sus retratados como paisajes de la hazaña.
Y la diferencia se marca desde la primera aproximación de
Soriano a Lupe (de 1947) la Lupe del cuadro de Soriano, majestuosa
desdeñosa no es la Mujer Universal de, por ejemplo, el retrato
de Rivera, donde ella, sentada, concentra la energía en las
manos, mientras el vértigo acecha en la mirada.
En la serie de 1961-1962 Soriano renuncia a su propia tradición
retratística, desconfía del impulso adquirido, y quiere
revelar como en palimpsesto las imágenes sucesivas o simultáneas
de Lupe, que en Lupe se hallan depositadas. Estimulado por la plenitud
de la leyenda y de la persona, Soriano usa de los colores los trazos,
que al hacerle justicia a este ser magnífico, al que también
vulnera (no hay sacralización sin desacralización).
Y Soriano pinta o dibuja a Lupe en su arrogancia a la vez móvil
y hierática, bellamente grotesca, señal o presentimiento.
La figura interminable de Lupe es la serpiente (La serpiente es
una fuerza femenina de la tierra que me atrae y al mismo tiempo
me da miedo, te descubren algo que sientes pero que no debes saber ),
y es el árbol totémico que contiene a sus ancestros
y a sus descendientes. Y los rasgos de Lupe son los de la diosa
prehispánica, que por se tan abstracta sólo puede
llamarse Lupe Marín, y por ser tan terrenal da igual que
se llame como quiera.
LA LUPE DE SORIANO.
Lupe, declamatoria. Lupe, azorada ante el modo en que se le concibe.
Lupe, convencional. Lupe, envolviéndose lujosamente en las
formas y colores. Lupe, hastiada en la prisión de su semblante.
Lupe, disolviéndose y regenerándose en las llamas
cromáticas. Lupe, indignada por su falta de rabia: Lupe,
envío a las figuras de Giacometti. Lupe, el desfile de sus
propios rostros a modo de rumor maligno y regocijante sobre sí
misma. Lupe, Medusa que por la prisa olvidó sus poderes encantatorios.
Lupe, alarmada por el despojo parcial de sus facciones. Lupe, desfiguro
en espiral. Lupe, escénica y operática. Lupe, convertida
en baile donde se cruzan en parejas sus múltiples representaciones.
Lupe, cenizas de una figuración. Lupe, presentimiento y olvido
de la firmeza de la expresión. Lupe, instrumento musical
de un culto antiguo.
Para Soriano, una suprema libertad individual, que es de formas
y de contenidos, lleva el nombre y el rostro de Lupe Marín.
EL MANANTIAL INESPERADO.
En los privilegios de la vista, uno de los muy escasos intentos
de organizar -desde una prosa magistral- un panorama de las respuestas
sensibles y críticas del arte hecho en México, hay
varios textos en torno a Soriano. En uno de ellos, de 1954, Octavio
Paz afirma: Cava en sí mismo y tras años de
sequía y aridez, poco a poco encuentra su verdad -la vieja
verdad, que no le pertenece porque es de todos y no hay nada personal
que decir ni que pintar: el mundo existe, la muerte existe, el hombre
es pero también no es, el mar es el mar y una manada de caballos,
podemos bañarnos en el fuego, estamos hechos de agua y tierra
y llama. Y de aire de espíritu que sopla y hace vivir las
formas y las cambia. Todo es metáfora... El cambio
en Soriano es notable, incluye a sus trabajos en escultura y cerámica
y pasa de explorar los avances posibles en un medio sin hábito
de pintura moderna, a la soltura, la experimentación desenfadada,
las nociones muy diversificadas de espacio pictórico y tradición.
Esto se evidencia en su producción de 1954: los cuadros de
Apolo y las musas , Viaje a Creta, La vuelta a Francia, donde el
colorido alucinante y los recursos de la composición señalan
la exaltación libertaria que admite y reclama todas las interpretaciones
que, por ejemplo, en el caso de Apolo y las musas van desde una
escena del show business en el Olimpo a la cosmogonía plebeya.
Escribe Juan García Ponce ...y ese Apolo y esas musas
más que del conocimiento de Grecia parecían surgidos
de los dibujos populares que decoran las paredes no de los edificios
públicos sino de las pulquerías en México .
La nueva etapa de Soriano, de un vigor distinto y más extenso,
coincide con el agotamiento (o la museificación institutcional)
de la Escuela Mexicana de Pintura. Sin público preciso todavía,
Soriano se aleja de una estética refinada, y se enfrenta
a las formas que son exaltación y síntesis. Es inevitable
la incursión en la pintura abstracta:
Un día dije: Yo voy a hacer cosas abstractas porque
ha de ser muy divertido , y empecé a leer sobre la
pintura zen... Hice cuadros que tenían mucho éxito
y todos los jóvenes de aquí, que no se atrevían
entonces a trabajar nada de eso también empezaron a hacerlo.
Luego pasó más tiempo y reaparecieron, progresivamente,
las figuras que yo trataba de disfrazar, y dije: Bueno estoy
loco ¿no? ¿Para qué hago este esfuerzo si no
es mi camino? Y lo dejé... Yo siempre me refiero a
algo que he visto, que he oído, que me ha apasionado. (Entrevista
con Leila Driben).
En 1950 y 1952 Soriano vive en Roma, en donde pinta, hace cerámica
y encuentra un pedazo del alma que yo había perdido.
Todo usado por el tiempo: las piedras, las esculturas, los templos;
todo lleno de pátina humana y calurosa . A su regreso
a México, en donde es figura social imprescindible, Soriano
es reconocido por pequeños grupos que lo admiran y van comprando
su obra, pero su situación, como la de la mayoría
de los pintores, no es fácil. El mercado de arte es en verdad
incipiente, y depende en mucho de los norteamericanos, el Estado
sólo se interesa en la promoción (y en caso específico,
en el encarcelamiento) de los muralistas. Soriano se entrega a su
antigua pasión por el teatro y participa en Poesía
en Voz Alta, la empresa de vanguardia, la puesta al día de
los clásicos de la lengua, en donde también intervienen
los directores Héctor Mendoza, Juan José Gurrola,
José Luis Ibañez, los escritores Octavio Paz y Juan
José Arreola y la Pintora Leonora Carrington. Poesía
en Voz Alta es un momento liberador del teatro, el movimiento que
declara la muerte del teatro rígido de tres unidades
y con acento castizo. Y los memorables decorados y los vestuarios
de Soriano resultan indispensables, al combinar magníficamente
la seriedad y el desenfado que distinguen al grupo.
Paulatinamente, luego de su explosión vitalista, Soriano
vuelve al refinamiento extremo, ya desde otra perspectiva, la del
distanciamiento que es seguridad de que no hay arte puro
o impuro . El vive en Romo en 1956-1957, expone, hace
escenografias, atraviesa en 1968 por una severa crisis ( La
angustia casi siempre proviene de un error personal y de ocultarse
a sí mismo una falla de la vida actual, no de la vida del
pasado; por eso no creo en el psicoanálisis, por ese énfasis
tan bárbaro en el pasado ), pinta siempre, aún
en las condiciones anímicas más adversas. En 1970
se establece en Roma y en 1974 se instala en París, Su pintura,
su escultura, su cerámica, sus dibujos, se van alejando de
la temática que él ha consagrado. Soriano desiste
de las alegorías, y se concentra en una obra por así
decirlo sin asideros literarios o simbólicos, de fijación
de acciones contemplativas, de tratamiento del color como la plenitud
sin más, de elección sólo al parecer arbitraria
de sujetos pictóricos: gatos, caballos, toros, aves, retratos
ocasionales, puertas y ventanas, jarrones, sillas, floreros, esqueletos
del rubor policromo, becerros ( Me puedo pasar horas viendo
a un animal; la forma como se mueve y expresa los sentimientos es
fascinante ).
El refinamiento (la inteligencia de la sensibilidad) permanece,
pero ya en cada cuadro, o en cada objeto implanta sus propios contextos.
Surgidos del arrobo y del desencanto (del modo en que la práctica
del oficio es la estrategia de sobrevivencia psicológica),
el arte de Soriano en las décadas recientes es de una extrema
y complejísima sencillez, la armonía que convoca a
la variedad de estados de ánimo el color que aspira a ser
en sí mismo una cosmogonía. Mientras esto sucede,
a Soriano lo alcanza, y de varias maneras, el reconocimiento, expone
en numerosos países, recibe el Premio Nacional de las Artes,
crea una gran escultura para el Parque Garrido Canabal en Villahermosa.
Y persiste en conversaciones y entrevistas en su hábito de
contradecirse y de contradecir, urde teorías deslumbrantes,
es pródigamente autobiográfico sin caer jamás
en lo confesional. En su madurez, Soriano recuerda y olvida, él
no es más grande que sus obras, y, como el aforismo de Canetti,
todavía está lleno de imágenes que anhelan
ser rescatadas, de frases que remiten de inmediato a cuadros: Sin
la muerte nada tendría valor: cada dibujo que hago, cada
conversación que tengo, cada momento que vivo; son únicos
e irrepetibles y lo son porque va a pasar el yo que lo vive .
Carlos Monsiváis, Mínima crónica. Juan
Soriano en sus 70 años
Juan Soriano. 70 años, Instituto Cultural Cabañas,
Guadalajara, 1990.
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