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 CARLOS MONSIVÁIS
 
 MÍNIMA CRÓNICA.
 JUAN SORIANO EN SUS 70 AÑOS.
 Uno de los aspectos más llamativos de la vida de Juan Soriano 
              es su condición primera, la de  niño prodigio  
              el escuincle (siete u ocho años de edad) que recibe de Alfonso 
              Michel la frase profética:  Tú serás 
              pintor ; el adolescente que llega a la capital y rápidamente 
              amista con la élite cultural, el autodidacta cuya  universidad 
              particular  es el trato ( el magisterio no por involuntario 
              menos profundo) de Octavio Paz, Elena Garro, Diego de Mesa, Alfonso 
              Reyes, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Lola 
              Álvarez Bravo, María Izquierdo, el joven cuya primera 
              exposición en México ya es tomada en serio.
 SORIANO, ENFANT TERRIBLE.  Sin embargo, por encandiladora que sea su precocidad, Soriano 
              jamás la convierte en bandera; la asume porque es inevitable 
              pero, y ésta me parece una de las pruebas de su gran inteligencia, 
              se distancia con ironía de su excepcional adelantamiento 
              ( A fuerza de leer y de conversar con personas cultas, pasé 
              de niño prodigio al rango de retrasado mental. Estaba lleno 
              de ideas confusas y delirantes, y pintaba con ojos turbios y desvelados ), 
              y aprovecha a fondo ese  saltar etapas  para integrar 
              las experiencias de otras generaciones y, gracias a tal perspectiva, 
              no dejarse sujetar por el impulso adquirido. LA RELIGIÓN DEL ARTE.  Soriano se forma en la fase final del período donde, para 
              aceptar las atmósferas laicas, aún se requiere de 
              un tránsito devocional: la conversión literal al arte, 
              la experiencia única, singular, que distingue a la persona 
              en la sociedad. Ser artista es, según este criterio, vincular 
              todo lo que se vive con lo que se escribiría o se pintará, 
              saber que más allá del arte aguarda la nada:  La 
              humanidad viviente está acompañada por las formas 
              que hicieron los hombres, las filosóficas, las verbales y 
              las virtuales. Si no hubiera esto seríamos nada, como changos, 
              para mí el arte es lo primero: el hombre en bruto es un artista 
              que se expresa, que imagina, sueña, hace formas .   Juan Soriano nace en Guadalajara, Jalisco, el 18 de agosto de 
              1920, en el seno de una familia de clase media, el quinto hijo y 
              el primero que es varón. En esos años Guadalajara 
              es el centro de preservación de una estética (llamada 
              por López Velarde  la patria íntima), que rechaza 
              las innovaciones de la capital de la república y las juzga 
              heréticas, apegándose al pasado de colores, melodías, 
              formas arquitectónicas, cultura oral, refranes, sucedidos, 
              objetos. A la ciudad natal Soriano le atribuye la predisposición 
              creativa, y el esquema valorativo:  Salí a los quince 
              años de Guadalajara... y -que cosa más rara y curiosa-: 
              siento que los pocos años que viví allá fueron 
              los más importantes los más definitivos y los que 
              constantemente me sirven de parámetro para medir la vida 
              y los demás lugares que he visitado .
 Él, sin duda, evoca la ciudad de dimensiones manejables, 
              de majestuosidad resentida como sentimiento de  orgullo casero , 
              de las trece tías a disposición de cada provinciano 
              y que bordan juntas en un enorme bastidor de la plenitud de  intimidad , 
              que es la negación del  progreso  que ya arrasa 
              a la capital. Es la ciudad de Guadalajara del gusto popular recóndito, 
              de las sensibilidad que se declara  amor a la tradición  
              de las casas como museos y bibliotecas, del arte sacro como celebración 
              de los sentidos.
  A la religión del arte (a la jerarquización continua 
              de todo lo que se vive en funciónde la forma), Soriano se adhiere casi desde el principio, y de seguro 
              sin percibirlo así. Él vive entre mujeres fabulosas 
              y en la soledad inventa juegos y perfila su orientación. 
              En un texto excelente, Diego de Mesa, su compañero de muchos 
              años, describe el encuentro de un niño con su vocación:
  Pero el gran hallazgo está a dos pasos, al otro lado de 
              la calle que ha salido a limpiar del sácate recién 
              nacido entre las piedras con las primeras lluvias. En la casa de 
              enfrente y tras la reja, también de la ventana, ve de espaldas 
              a él, inclinando sobre una mesa a un hombre vestido de blanco 
              que sobre una cartulina blanca dibuja en blanco y negro las figuras 
              de Mutt y Jeff, copiándolas atentamente de la página 
              de monitos de un periódico.   Y el descubrimiento no son los  monitos  que conoce 
              y no le importan, sino la magia de copiarlos de agrandarlos, de 
              transformarlos y de trasladarlos al papel. La operación le 
              interesa y la observa sin pestañear. Regresa apresurado a 
              la casa y en la tapa de una caja de zapatos la única superficie 
              blanca que encuentra, porque tiene que ser blanca copia del periódico 
              las mismas figuras. Más lo sorprendente es que los copia 
              a color, que en el periódico no tienen. Y comienza un nuevo 
              juego que no se acabará nunca porque para jugar basta una 
              superficie blanca y una imagen que copiar.  A partir de ese momento lo copia todo: primero las ilustraciones 
              que encuentra, luego cosas, animales, pájaros, flores y por 
              último, personas. En Guadalajara, Soriano tiene dos maestros 
              formales o informales: Jesús Reyes Ferreira y Francisco Rodríguez 
               Caracalla , en cuyo estudio  Evolución, 
              Soriano dibuja, prepara telas, mezcla colores. Soriano recapitula 
              a propósito de esta etapa: Mi primer maestro, y no porque él quisiera enseñarme 
              nada, fue Jesús Reyes Ferreira. Su casa siempre me pareció 
              la casa de un brujo: un mundo mágico de esferas de cristal, 
              de manitas de marfil y de patitas de santo. Tenía libros 
              muy hermosos, colecciones de tallas en marfil, de piedras, de zapatos, 
              de todo lo inimaginable. Allí me encontré con reproducciones 
              de Giotto, de Piero de la Francesca y de Fra Angélico y supe 
              que existían Francia e Italia. Desde entonces empecé 
              a tener amor por todas las cosas del pasado. Chucho era un joven 
              anticuario que me dio mis primeras lecciones de belleza.
 Con él nació mi entusiasmo por el arte popular mexicano. 
              Me llevó al museo y allí me di cuenta de que mis tías 
              no eran un hecho aislado y fenomenal: los retratistas del XIX perpetuaban 
              fisonomías, trajes y aspectos como los suyos. Chucho Reyes 
              siempre... me hacía ver las cosas reflejadas en sus esferas 
              de colores,  el mundo de las esferas todo lo transformaba 
              y lo poetiza , decía. Y yo, de hecho, nunca me he salido 
              del mundo de las esferas.
  SOBRE TU CAPITAL, CADA HORA VUELA...    De las ciudades al alcance del recién llegado a la capital, 
              Soriano elige por vocación y fatalmente la ciudad letrada, 
              donde caben y se expanden las revistas de mil ejemplares, las dos 
              o tres galerías precursoras (la más importante: la 
              de Arte Mexicano, dirigida Inés Amor), los escritores homosexuales 
              que guían con sus provocaciones a la sociedad emergente, 
              la amistad como fiesta interminable, el radicalismo de los muralistas, 
              la utilización táctica y erótica del nacionalismo 
              por la vanguardia, los cabarets que son los escenarios de la búsqueda 
               teológica  de la degradación ( para 
              saber del mal, había que ser malísimo2) las reuniones 
              en donde naufraga alcohólicamente el simposio platónico.  Sobre todo Soriano se incorpora a la segunda fase del  Renacimiento 
              Mexicano  en el momento en que la rebeldía contra las 
              imposiciones del arte público, la información cultural 
              más amplia y el vigor de una estética de origen popular 
              y provinciano, desemboca en la suma de obras individuales o de hecho 
              de algún modo en la creación colectiva de un arte 
              distinto. En México, Soriano conoce a los pintores, los fotógrafos, 
              los arquitectos que al implantar la nueva sensibilidad construyen 
              el público (que será luego el mercado del arte). Entre 
              ellos María Izquierdo, Rufino Tamayo, Frida Kahlo, Agustín 
              Lazo, Jesús Guerrero Galván, Julio Castellanos, Antonio 
              Ruíz  El Corcito , Manuel Rodríguez Lozano, 
              Olga Costa, Ricardo Martínez, José Chávez Morado, 
              Manuel y Lola Álvarez Bravo, Luis Barragán.  Esta atmósfera productiva, intensa, divertida, ciertamente 
              ligada a la idea del arte como religión, que distaba de ser 
              competitiva en el sentido actual, explica perfectamente una declaración 
              de Soriano:  Siento que la obra que he hecho está ligada 
              con lo que he vivido; con mi vida cotidiana, con la gente con quien 
              tuve la suerte de vivir y no con la historia del arte . Esto 
              es muy cierto en un nivel porque en 1935 o aún en 1950, la 
              inexistencia de museos de escuelas artísticas importantes, 
              de publicaciones artísticas, de facilidades de viaje, traslada 
              el aprendizaje artístico a las oportunidades del trato y 
              de la experiencia compartida.  En esta primera etapa, Soriano pinta retratos y autoretratos, 
              niñas vivas y muertas (la infancia como representación 
              de lo primigenio sin comentarios morales ni invocación de 
              las ninfetas), grupos en donde se transfiguran las amistades y los 
              lenguajes cerrados ( la playa, Matanza de los Inocentes, San Jerónimo 
              llorando por los ángeles), y, sin, cesar alegorías 
              de la mitología helénica y la mitología bíblica 
              de las leyendas humanizadas, de las visiones de la inocencia como 
              nostalgia y olvido del arte religioso. Es sorprendente la calidad 
              técnica de Soriano, perfección realista y manierista. 
              Teresa del Conde halla en el Soriano de estos años  ecos 
              de Rodríguez Lozano, de Guerrero Galván, coincidencias 
              con Agustín Lazo, con Julio Castellanos, algún dejo 
              de Federico Cantú, reminiscencias de los retablos populares 
              del siglo XIX. Pintura siempre legible y al mismo tiempo extrañamente 
              problemática . DEL RETRATO COMO ANTICIPACIÓN Y DESENLACE.
 Durante un largo período, retrata para la mayoría 
              de los pintores en México es hacerse de la clientela al alcance 
              (incluso los muralistas de ello obtienen sus mayores ingresos) y 
              es, cuando se puede, probar fuerzas ante la tradición. Casi 
              desde el principio Soriano se interesa en el retrato y el autoretrato. 
              Él, que se desentiende heroísmo y las simbologías 
              nacionales, halla en el retrato una zona de indagación psicológica 
              y despliegue formal donde, más que la sensualidad o la discreción 
              burguesa el reto social (que existen) priva el anhelo de la serenidad 
              clásica, cada quien convertido en su propio síntesis 
              armoniosa o melancólica. Un retrato para Soriano es un paisaje 
              autosuficiente, la escena o la escenografía (depende) donde 
              se aquietan o se posponen las tensiones. Recuérdense San 
              Jerónimo (1942), María Asúnsolo acostada (1941) 
              y los también excelentes de Rafael Solana, Xavier Villaurrutia, 
              Gabriel Orendain, Diego de Mesa, Elena Garro, Lola Álvarez 
              Bravo, Carmen Barreda, Ignacio y Sofía Bernal. ¿A quiénes retrata Soriano? A escritores, a dandies 
              de buena o mala reputación, a las amistades entrañables, 
              a la gente de sociedad, los modelos que emblematizan el deseo. La mayoría de estos retratos ha acrecentado su vigencia 
              porque, evaporadas o borradas las identidades personales, lo que 
              permanece es muy distinto. Rafael Solana es un escritor y periodista 
              muy conocido, pero en el retrato sólo queda un joven soñador, 
              un esteta. María Asúnsolo fue una gran animadora cultural 
              y una musa imprescindible de los pintores de los años treinta, 
              pero en las admirables versiones de Soriano es la gran languidez 
              que aguarda. Gabriel Orendain, Arturo Pani y Rodolfo Segovia son 
              personajes marginales y centrales de la sociedad de una época; 
              hoy, en los retratos, son los gloriosos snobs, los desafios a la 
              norma congelados en el estilo. Y si uno lo ignora todo de los modelos, 
              queda lo que importa: el vigor pictórico. En el retrato y en le autoretrato Soriano se abstiene por lo general 
              de idealización y malevolencias. Él se vé a 
              sí mismo, en sus distintas etapas, sin recelos y sin vanagloria. 
              Es, en sus cuadros, el joven esteta, el tímido, el desafiante, 
              el tema casi circunstancial, el ser inquisitivo, el aquietado en 
              su lejanía psicológica. Y en las alegorías 
              es el joven doliente que, sin embargo, contempla con humor su propio 
              duelo. ROSTROS DE LUPE MARÍN. ¿Qué fue primero: la reiteración o la obsesión? 
              ¿Qué fue primero: el tema o la forma? ¿Qué 
              fue primero: la idea previa o el acto de creación?. En 1961 
              y 1962, Juan Soriano se acerca obsesivamente y reiteradamente a 
              su modelo, Lupe Marín y declara sin ambages su admiración 
              hacia lo que ella fue y significó (es y significa), lo que 
              anticipa en cierto modo el triunfo del tema sobre la forma. También 
              Juan Soriano experimenta a fondo en cada uno de los retratos de 
              Lupe, y éste es su método para afirmar el predominio 
              de la forma sobre el tema. Para Soriano, Lupe Marín es al mismo tiempo la compañía 
              divertida y el emblema de belleza y vitalidad. En diversas entrevistas, 
              y en su texto en el libro Retratos y Visiones, Soriano refiere sus 
              impresiones de Lupe Marín, el personaje que en la ciudad 
              de México, todavía reducida y moralista, encarnó 
              la rebeldía sin pretensiones ideológicas, la irreverencia 
              que es un nuevo sistema valorativo, la maledicencia como la vía 
              más corta al juicio casi siempre exacto. Soriano la recuerda 
              muy atrevida, muy tremenda, muy intransigente, muy guapa, muy majestuosa, 
              muy peleonera y sabe que así se conservó en el último 
              momento. En esos años Lupe expresión de la libertad 
              posible en un medio cerrado, hizo lo que le daba la gana, enfrentó(menospreciándolo) 
              al prejuicio dijo en voz alta su opinión sobre los demás, 
              vociferó bailó con Soriano en el Club Leda, quitándose 
              los zapatos y haciendo el show delante de todos. Y el homenaje que 
              Juan le rinde es a la vez delirante y racional: Es la única mujer que he conocido capaz de se veraz siempre, 
              hasta cuando miente no ha tenido miedo de conocerse, de mostrarse. 
              El libre albedrío es su ley, su don es la belleza, la he 
              visto transformar su cólera en belleza. Es feroz, suntuosa, 
              original... Es una gran civilizadora. Donde ella esta, lo oculto 
              tiembla de miedo: adivina y señala.  Su boca nunca ha sentido asco de las palabras sucias. Al decirlas 
              resplandecen de oro. Obsesionante, en todo lo que veo la veo: en 
              la jarra, los brazos, el la chapa de la puerta, el rostro; en las 
              sombras de las hojas sobre el vidrio de la ventana, las manos.  Ver a Lupe Marín, Ver a través Lupe Marín. 
              Para Soriano la elección de su modelo nada tiene que ver 
              con el uso de una figura prestigiosa. Es la gran oportunidad de 
              representar plásticamente la vida como arte del escándalo 
              y la conversión de la persona en propuesta ética y 
              estética. Es la acción que despliega como alegoría 
              a la mujer concreta, y revela tras el mito la personalidad única. 
              El escándalo: haberse individualizado por la belleza y el 
              temperamento; la metamorfosis; la mujer como detentadora de la forma 
              que fluye. En la estrategia pictórica hay, sin decirlo porque 
              no hace falta, un reto, la medición de fuerzas a que cada 
              pintor se obliga en algún momento. Soriano está al 
              tanto de la significación de Lupe en el medio mexicano. Al 
              respecto, anota Octavio Paz: No es un azar que Lupe Marín sea su modelo, real o imaginario. 
              Lupe pertenece a la realidad y a la mitología del México 
              contemporáneo. Diego Rivera la retrató muchas veces. 
              En sus grandes composiciones murales aparece como símbolo 
              de la tierra o el agua; y en óleos memorables el artista 
              nos dio varias imágenes de la persona real. Diego retrata 
              a Lupe como lo que es, lo único que es, esta persona única: 
              la mujer. Con una libertad mayor que Diego Rivera, con más 
              crueldad, pero también con más ternura, Soriano pinta 
              ahora a Lupe...  En muros o en cuadros de caballetes Diego Rivera ve en Lupe a 
              la fuerza de la naturaleza, el vigor genésico que sustenta 
              a seres y paisajes, la explosión estatuaria, la musa renacentista. 
              Es la mujer, pero también es la naturaleza , aquello que 
              está desde el principio, la engendradora de la serenidad 
              y la tempestad ( Te pareces al mundo en tu actitud de entrega, diría 
              Neruda) Soriano, inevitablemente, lo reconozca o no, al presentar 
              otra (múltiple) versión de Lupe, se confronta con 
              Rivera que suele proponer a sus retratados como paisajes de la hazaña. 
              Y la diferencia se marca desde la primera aproximación de 
              Soriano a Lupe (de 1947) la Lupe del cuadro de Soriano, majestuosa 
              desdeñosa no es la Mujer Universal de, por ejemplo, el retrato 
              de Rivera, donde ella, sentada, concentra la energía en las 
              manos, mientras el vértigo acecha en la mirada.  En la serie de 1961-1962 Soriano renuncia a su propia tradición 
              retratística, desconfía del impulso adquirido, y quiere 
              revelar como en palimpsesto las imágenes sucesivas o simultáneas 
              de Lupe, que en Lupe se hallan depositadas. Estimulado por la plenitud 
              de la leyenda y de la persona, Soriano usa de los colores los trazos, 
              que al hacerle justicia a este ser magnífico, al que también 
              vulnera (no hay sacralización sin desacralización). 
              Y Soriano pinta o dibuja a Lupe en su arrogancia a la vez móvil 
              y hierática, bellamente grotesca, señal o presentimiento. 
              La figura interminable de Lupe es la serpiente (La serpiente es 
              una fuerza femenina de la tierra que me atrae y al mismo tiempo 
              me da miedo, te descubren algo que sientes pero que no debes saber ), 
              y es el árbol totémico que contiene a sus ancestros 
              y a sus descendientes. Y los rasgos de Lupe son los de la diosa 
              prehispánica, que por se tan abstracta sólo puede 
              llamarse Lupe Marín, y por ser tan terrenal da igual que 
              se llame como quiera. LA LUPE DE SORIANO. Lupe, declamatoria. Lupe, azorada ante el modo en que se le concibe. 
              Lupe, convencional. Lupe, envolviéndose lujosamente en las 
              formas y colores. Lupe, hastiada en la prisión de su semblante. 
              Lupe, disolviéndose y regenerándose en las llamas 
              cromáticas. Lupe, indignada por su falta de rabia: Lupe, 
              envío a las figuras de Giacometti. Lupe, el desfile de sus 
              propios rostros a modo de rumor maligno y regocijante sobre sí 
              misma. Lupe, Medusa que por la prisa olvidó sus poderes encantatorios. 
              Lupe, alarmada por el despojo parcial de sus facciones. Lupe, desfiguro 
              en espiral. Lupe, escénica y operática. Lupe, convertida 
              en baile donde se cruzan en parejas sus múltiples representaciones. 
              Lupe, cenizas de una figuración. Lupe, presentimiento y olvido 
              de la firmeza de la expresión. Lupe, instrumento musical 
              de un culto antiguo.Para Soriano, una suprema libertad individual, que es de formas 
              y de contenidos, lleva el nombre y el rostro de Lupe Marín.
 EL MANANTIAL INESPERADO.
 En los privilegios de la vista, uno de los muy escasos intentos 
              de organizar -desde una prosa magistral- un panorama de las respuestas 
              sensibles y críticas del arte hecho en México, hay 
              varios textos en torno a Soriano. En uno de ellos, de 1954, Octavio 
              Paz afirma:  Cava en sí mismo y tras años de 
              sequía y aridez, poco a poco encuentra su verdad -la vieja 
              verdad, que no le pertenece porque es de todos y no hay nada personal 
              que decir ni que pintar: el mundo existe, la muerte existe, el hombre 
              es pero también no es, el mar es el mar y una manada de caballos, 
              podemos bañarnos en el fuego, estamos hechos de agua y tierra 
              y llama. Y de aire de espíritu que sopla y hace vivir las 
              formas y las cambia. Todo es metáfora...  El cambio 
              en Soriano es notable, incluye a sus trabajos en escultura y cerámica 
              y pasa de explorar los avances posibles en un medio sin hábito 
              de pintura moderna, a la soltura, la experimentación desenfadada, 
              las nociones muy diversificadas de espacio pictórico y tradición. 
              Esto se evidencia en su producción de 1954: los cuadros de 
              Apolo y las musas , Viaje a Creta, La vuelta a Francia, donde el 
              colorido alucinante y los recursos de la composición señalan 
              la exaltación libertaria que admite y reclama todas las interpretaciones 
              que, por ejemplo, en el caso de Apolo y las musas van desde una 
              escena del show business en el Olimpo a la cosmogonía plebeya. 
              Escribe Juan García Ponce  ...y ese Apolo y esas musas 
              más que del conocimiento de Grecia parecían surgidos 
              de los dibujos populares que decoran las paredes no de los edificios 
              públicos sino de las pulquerías en México .
  La nueva etapa de Soriano, de un vigor distinto y más extenso, 
              coincide con el agotamiento (o la museificación institutcional) 
              de la Escuela Mexicana de Pintura. Sin público preciso todavía, 
              Soriano se aleja de una estética refinada, y se enfrenta 
              a las formas que son exaltación y síntesis. Es inevitable 
              la incursión en la pintura abstracta: Un día dije:  Yo voy a hacer cosas abstractas porque 
              ha de ser muy divertido , y empecé a leer sobre la 
              pintura zen... Hice cuadros que tenían mucho éxito 
              y todos los jóvenes de aquí, que no se atrevían 
              entonces a trabajar nada de eso también empezaron a hacerlo. 
              Luego pasó más tiempo y reaparecieron, progresivamente, 
              las figuras que yo trataba de disfrazar, y dije:  Bueno estoy 
              loco ¿no? ¿Para qué hago este esfuerzo si no 
              es mi camino?  Y lo dejé... Yo siempre me refiero a 
              algo que he visto, que he oído, que me ha apasionado. (Entrevista 
              con Leila Driben). En 1950 y 1952 Soriano vive en Roma, en donde pinta, hace cerámica 
              y encuentra  un pedazo del alma que yo había perdido. 
              Todo usado por el tiempo: las piedras, las esculturas, los templos; 
              todo lleno de pátina humana y calurosa . A su regreso 
              a México, en donde es figura social imprescindible, Soriano 
              es reconocido por pequeños grupos que lo admiran y van comprando 
              su obra, pero su situación, como la de la mayoría 
              de los pintores, no es fácil. El mercado de arte es en verdad 
              incipiente, y depende en mucho de los norteamericanos, el Estado 
              sólo se interesa en la promoción (y en caso específico, 
              en el encarcelamiento) de los muralistas. Soriano se entrega a su 
              antigua pasión por el teatro y participa en Poesía 
              en Voz Alta, la empresa de vanguardia, la puesta al día de 
              los clásicos de la lengua, en donde también intervienen 
              los directores Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, 
              José Luis Ibañez, los escritores Octavio Paz y Juan 
              José Arreola y la Pintora Leonora Carrington. Poesía 
              en Voz Alta es un momento liberador del teatro, el movimiento que 
              declara la muerte del teatro rígido de  tres unidades  
              y con acento castizo. Y los memorables decorados y los vestuarios 
              de Soriano resultan indispensables, al combinar magníficamente 
              la seriedad y el desenfado que distinguen al grupo.  Paulatinamente, luego de su explosión vitalista, Soriano 
              vuelve al refinamiento extremo, ya desde otra perspectiva, la del 
              distanciamiento que es seguridad de que no hay arte  puro  
              o  impuro . El vive en Romo en 1956-1957, expone, hace 
              escenografias, atraviesa en 1968 por una severa crisis ( La 
              angustia casi siempre proviene de un error personal y de ocultarse 
              a sí mismo una falla de la vida actual, no de la vida del 
              pasado; por eso no creo en el psicoanálisis, por ese énfasis 
              tan bárbaro en el pasado ), pinta siempre, aún 
              en las condiciones anímicas más adversas. En 1970 
              se establece en Roma y en 1974 se instala en París, Su pintura, 
              su escultura, su cerámica, sus dibujos, se van alejando de 
              la temática que él ha consagrado. Soriano desiste 
              de las alegorías, y se concentra en una obra por así 
              decirlo sin asideros literarios o simbólicos, de fijación 
              de acciones contemplativas, de tratamiento del color como la plenitud 
              sin más, de elección sólo al parecer arbitraria 
              de sujetos pictóricos: gatos, caballos, toros, aves, retratos 
              ocasionales, puertas y ventanas, jarrones, sillas, floreros, esqueletos 
              del rubor policromo, becerros ( Me puedo pasar horas viendo 
              a un animal; la forma como se mueve y expresa los sentimientos es 
              fascinante ). El refinamiento (la inteligencia de la sensibilidad) permanece, 
              pero ya en cada cuadro, o en cada objeto implanta sus propios contextos. 
              Surgidos del arrobo y del desencanto (del modo en que la práctica 
              del oficio es la estrategia de sobrevivencia psicológica), 
              el arte de Soriano en las décadas recientes es de una extrema 
              y complejísima sencillez, la armonía que convoca a 
              la variedad de estados de ánimo el color que aspira a ser 
              en sí mismo una cosmogonía. Mientras esto sucede, 
              a Soriano lo alcanza, y de varias maneras, el reconocimiento, expone 
              en numerosos países, recibe el Premio Nacional de las Artes, 
              crea una gran escultura para el Parque Garrido Canabal en Villahermosa. 
              Y persiste en conversaciones y entrevistas en su hábito de 
              contradecirse y de contradecir, urde teorías deslumbrantes, 
              es pródigamente autobiográfico sin caer jamás 
              en lo confesional. En su madurez, Soriano recuerda y olvida, él 
              no es más grande que sus obras, y, como el aforismo de Canetti, 
              todavía está lleno de imágenes que anhelan 
              ser rescatadas, de frases que remiten de inmediato a cuadros:  Sin 
              la muerte nada tendría valor: cada dibujo que hago, cada 
              conversación que tengo, cada momento que vivo; son únicos 
              e irrepetibles y lo son porque va a pasar el yo que lo vive .
 Carlos Monsiváis,  Mínima crónica. Juan 
              Soriano en sus 70 años Juan Soriano. 70 años, Instituto Cultural Cabañas, 
              Guadalajara, 1990.
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