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CARLOS FUENTES
JUAN SORIANO: LA ELEMENTAL FIGURACIÓN DE LA AURORA.
A principios de los sesenta, escribí un breve cuento, Muñeca
reina: creía recordar una escena turbadora que un grupo
de adolescentes, muchachas y muchachos, veíamos en la calle
de Lerma en México: un salón iluminado cada noche por
veladoras alrededor de un féretro blanco donde dormía
una niña muerta: una muñeca de porcelana sofocada por
una misa de flores y tafetas.
Todo desaparecía en la mañana. Todo reaparecía
en la noche. Yo creí durante mucho tiempo que mi cuento era
una traducción literaria de esa realidad misteriosa. Hasta
un día en que entré con mi esposa Silvia la retrospectiva
de Gustave Courbet en el Petit Palais de Paris, trece años
después.
Había un cuadro allí, El aseo de la novia, mostrando
a una joven mujer preparándose para su boda, rodeada de diligentes
damas de honor. Pero esta pintura en realidad cubre otra pintura del
mismo Courbet. El primer cuadro se llamaba La novia muerta y el afán
de las damas de honor, en la versión original, era preparar
a la novia, no para la boda, sino para el entierro.
El pentimento de Courbet -el traslado de su voluntad mortal al día,
reglándole su noche a la vida- me hizo recordar, repentinamente,
que antes de escribir mi cuento Muñeca reina, antes
de ver todas las noches a la niña de porcelana, yo había
visto un cuadro -el primer cuadro de Juan Soriano visto por mí.
Un cuadro turbador, detenido en el filo del arrepentimiento, y llamado
La niña muerta. Ahora, me he propuesto escribir un nuevo cuento
a partir del pentimento de Courbet, pero esta vez sabiendo que detrás
de él, como un esbozo espectral, no esta otro cuento, no esta
una experiencia de la calle, sino que está otro cuadro: Soriano
precede a Courbet. Siempre supe que escribir es pasarse sueños;
pintar, también. Y la originalidad es el arte de regresar a
los orígenes sin ser reconocido.
Cuento lo anterior para decir que en el centro del arte de Juan Soriano
hay un misterio y que todos los que gozamos de su pintura somos corresponsables
de ese enigma. Ni él solo ni nosotros solos podemos mantener
la vida del misterio. Es el misterio de la aurora: Soriano precede
a Courbet porque reitera la experiencia de otro pintor. Pero esta
reiteración establece la comunidad del arte en su origen: Soriano
conduce a Courbet al origen de Courbet, que es el origen de la pintura.
Maria Zambrano, en un ensayo sobrecogedor sobre Juan Soriano, dice
que su pintura quiere ''estarse amaneciendo; todo cuadro
verdadero esta en una cueva, en una soledad y en un silencio''. Por
la apertura de la cueva nuestro ciego y escondido ser
se asoma al mundo y lo ve al fin. Cada obra de arte, dice Zambrano,
reitera su origen.
Porque estas etapas del origen -estarse amaneciendo, salir de la cueva,
ser, organizar la vida, insertarse en la orbita que rescata
y sostiene a las criaturas más diversas, uniéndolas
a todas- es un acto del origen pero también es un acto reiterado
del presente y, previsiblemente, un acto constitutivo del futuro.
Octavio Barreda, que conoció a Soriano cuando este era un muchacho
muy joven y recién llegado de Guadalajara, lo vio como un niño
con aspecto de demonio que traía a la pintura mexicana los
colores del Greco solo porque nunca los había visto: los había
soñado. Soriano sueña los valores del Greco antes de
verlos; por esto precede a Courbet; por esto, ahora, esta anunciando
a Bonnard. El dilema de toda inteligencia artística es ser
fiel a su origen (tradición, primogenitura, filiación
y fundación: pintura siendo pintura para ser todo lo demás,
pero nunca al revés) sin traicionar su vuelo, su deseo, su
hambre de porvenir. El dilema se resuelve cada vez en el presente,
que es el tiempo del cuadro: solo allí se recuerda el origen
y se desea el destino.
Soriano, como todo gran pintor, esta presente en este presente que
no sacrifica su pasado o su porvenir; pero la magia peculiar el
misterio de su arte es que Soriano nos hace sentir que ese presente,
que evoca su origen y proyecta su porvenir, es en sí mismo
una aurora: un comienzo cargado de pasado, un amanecer que no nos
engaña con la promesa de un futuro inocente.
La pintura de Juan Soriano es una herida en la caverna. Antes que
muchos, a veces solo entre muchos, corrió el riesgo de reinventar
las figuras de la pintura dando la impresión de rupturas, reinicios,
vacilaciones, cambios radicales. Todo esto era respetable, incluso
audaz y seguramente histórico: Picasso. ¿Era sólo
ecléctico? ¿Nos daba Soriano solo un brillante reguero
de joyas sin corona en la cual engastarlas? ¿Cuál era
el misterio de esta obra tan excitante a veces, tan precisamente ceñida
en ocasiones, tan fluida, aventurera, ambulante y mercúrea
en otras?
¿Cuantas veces culmino Soriano? ¿Cuántas veces
abandono su cima segura y se arrojo, héroe de la gravedad,
a un nuevo precipicio de donde emergió, ni doloroso ni alegre,
sino distinto, cubierto por diferentes pieles, coronado de abrojos
y rosas a veces, aéreo como sus ángeles barrocos, pero
a veces oscuro como un animal chamuscado por la inmediatez de un infierno
de nahuales, pintado con el barro verde de los barrancos subtropicales,
tenido a veces con la pura luz de un relámpago romántico
sobre un telón de teatro neoclásico? Pero, eso siempre,
arte de placeres sexuales, fornicarte, arte de incitaciones, incitarte,
arte de fugas suntuosas, fugarte.
Hoy nadie puede ignorar y a que Juan Soriano es un pintor de elementos
y figuras: elemental y figurativo. En los elementos y las figuras
esta la corona de estas joyas; aquí, la síntesis de
su diversidad.
Benedetto Croce habla de una intuición pura en
el arte, que sería elemental por ser auroral, despunte o despliegue
original siempre ajeno a una abstracción que la intuición
pura ignora, pero que incluye ya una totalidad de destinos, esperanzas,
dolores, alegrías, miserias y servidumbres humanas, el
drama entero de la realidad perpetuamente evolucionando y creciendo
a partir de si, con sufrimiento y Con alegría.
La intuición pura de Soriano le ha llevado a reiterar
el origen sin olvidar (esta es su ironía) que el origen ya
tiene historia. El odio de Croce hacia la gratuidad artística,
que atribuye a Schiller, adquiere en Soriano una gravedad permanente:
este pintor tan variado, tan ecléctico, tan reiniciante,
esta siempre, gravemente, obstinadamente, apegado al rito de los elementos:
aire y fuego, aventarte y foguearte, agua y tierra, aguarte y aterrarte,
son los padres y las madres de la pintura de Soriano y todo lo demás
es la descendencia de los elementos, riquísima, variada, pero
ensartada en el collar de aire y fuego, agua y tierra: ángeles
y serpientes, dioses y bicicletistas, amantes y sapos, toros y amigas
del pintor, floreros y féretros, leones y calaveras, peces
y santos: nunca dejamos de verlos a través, en, con, desde
sus elementos. El gran retrato de Sofía e Ignacio Bernal es
también un retrato del aire y la luz. Apolo y las musas
son también una pintura del fuego. Tan retratada como Lupe
Marín esta la tierra. Y el reciente Cocodrilo es también
un perfil del agua.
Soriano ilustra la máxima de Croce: La expresión artística
abarca la totalidad y refleja al cosmos a través de una forma
totalmente individual. Anunciación, aurora: Soriano reclama
para el arte /helarte /su arte/ suerte, los privilegios del conocimiento.
El arte no es una forma de conocimiento o un auxiliar de la lógica:
el arte es el conocimiento. Esta identidad es indispensable para que
el arte elemental pase a ser arte verdaderamente figurativo:
no representación o reproducción de algo, sino constitución
de algo.
Al cabo espíritu amistoso y contiguo (familiar, ayudante de
hechiceras: hechizarte), Soriano entendió pronto en la pintura
lo mismo que Julio Cortazar en la literatura: nuestro desafío
es la figura, porque no hay nada más desamparado, más
borroso, menos idéntico, menos apuntalado ya por la razón
o el sentimiento, que esa figura naciente (serpiente, niña
muerta, musa, bicicletista) que aún no sabemos nombrar, ni
siquiera discernir y que sin embargo, leyendo con Novalis y con Henry
James la trama invisible del telar, sabemos esencial: idéntica
a nuestro propio ser que ya no es el del arquetipo consagrado o el
personaje psicológico redondo (como lo exigía
E. M. Forster, sin imaginar siquiera a un K. olvidado, a un ser beckettiano
sin mas dimensión que la de su basurero). La exigencia de la
figura se ha vuelto en nuestros días una exigencia fronteriza
a las opciones de la vida y de la muerte: un ser se debate entre la
vida y la muerte, reclamando nuestra imaginación, nuestro nombre
y nuestra memoria: es la figura, sorprendida en un cuadro de Soriano
o en un cuento de Cortázar, en toda la desnudez de su desamparo
constitutivo : auroral, elemental.
No podemos pintar, amar o vivir mas sino con lo que se asoma, amaneciéndose,por
la caverna y deja su primera huella sobre el barro iluminado. Diego
de Mesa cuenta que, de niño, desprovisto de un público,
Soriano representaba espectáculos para él solo frente
a un espejo. Es el diablo haciéndole muecas a la imagen y semejanza
de...
Yo creo que el demonio rebelde esta esperando la única prueba
fehaciente de la bondad de Dios: el perdón de Lucifer: el fin
del infierno.
Mientras esto no ocurra, Soriano seguirá siendo un diablo en
el paraíso modesto de México. Yo asocio personalmente
a Soriano con momentos de mi vida y de nuestra historia, sobre todo
con ese encuentro, que es el de sus amistades más profundas,
Diego de Mesa, Maria Zambrano, Octavio Paz, entre el Edén
subvertido, el México de López Velarde, y la España
peregrina, fatigada y reconocida, que ocurrió hace casi
cincuenta años.
En ese encuentro de nuestra patria modesta con la patria
fugitiva de España, reconocimos el encuentro de las renovaciones
americanas con las continuidades europeas. En ese instante auroral
en el que México vertebro al fin a su España inteligente
y dejo de ser el bastardo de la España conquistadora, ambos,
europeos y americanos, nos impusimos una obligación común:
ni unos ni otros éramos ya dueños, nosotros de nuestra
identidad utópica, los europeos de su identidad civilizadora.
Miré los muros de la patria mía: ya no éramos,
o, mejor, aún no éramos dueños de un lenguaje,
un perfil, una tradición. Los estábamos haciendo. Estábamos
amaneciéndonos, españoles y mexicanos, juntos, obligados
ahora a recobrar inventando: a ganarnos imaginándonos.
Esta vez, algunos artistas decidieron que ganaríamos identidad,
historia, lenguaje, con una libertad corresponsable para el que da
y el que recibe. Quizás esta es la pregunta de Juan Soriano,
eminente e inventivo actor de ese encuentro del ano '39: ¿Somos
capaces de obrar la síntesis cuyos elementos él ha puesto
ante nuestros ojos deslumbrados, sin esperar que el pintor lo haga
por nosotros, sin confundir su respeto hacia nosotros con una debilidad
del artista, sino con su verdadera fuerza: compartir los elementos,
auxiliar a las figuras y merecer la anunciación?
Esta invitación continua siendo el misterio Soriano: Elemental
figuración de la aurora; elemento; figura; despertar. Despertarte.
Los Ángeles, California, mayo de 1984. |
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